Por la noche dejé todo preparado: uniformes, bolsa de deporte de Diego, su mochila con los libros y el estuche, zapatos listos... Por la mañana, como siempre, pusimos el acelerador casero para que nadie llegara tarde a su destino. Los niños desayunaban, Alonso se duchaba; los niños se lavaban la cara y se ponían colonia, Alonso se vestía... ¡Todo listo! Cogieron sus bártulos y salieron por la puerta.
-Diego, revisa bien las preguntas del examen y recuerda que un kilo son dos medios kilos o cuatro cuartos de kilo. De mayor a menor se multiplica y al contrario se divide... -gritaba con mi estilo italiano desde la puerta y en pijama.
El silencio dominó de nuevo la casa. Me acerqué a la cocina y puse mi taza de menta poleo en el microondas.
Ring, ring, sonó la puerta.
¡Qué se les habrá olvidado!, pensé al abrir.
-Mamá, ¿dónde está mi estuche? -suplicó Diego.
-En tu mochila. Mira bien, anda. Y corre que vais a llegar tarde.
Plong, sonó la puerta.
Iba a parar el microondas cuando un ruido me lo impidió.
Ring, ring,
-¿Qué pasa ahora? -grité mientras caían mis legañas al suelo.
-Mamá -dijo Diego con ojos llorosos- el estuche no está en la mochila.
-¿Seguro? No puede ser, te prometo que ayer lo metí.
-Voy a ver si está en mi cuarto.
Bajó al minuto.
-No está.
-Venga, tranquilo, se te habrá caído en el coche. Date prisa.
Plong
Me arrastré por cuarta vez a la cocina, coloqué la tostada integral en el tostador y...
Ring, ring
¡Mierda!, exclamé malhumorada, aunque decidí callar al ver que la cara de mala leche que traía Alonso me superaba con creces.
-¿Dónde está el estuche?- bufó con los ojos desencajados.
-Pues tendría que estar en la mochila... A ver si se le ha caído a la calle... Aunque lo habríais visto, sólo son dos metros hasta el coche... No lo entiendo -decía yo a las paredes mientras Alonso corría de la habitación de Diego al salón.
-Bueno, me voy sin el estuche, ¡menuda mañanita!, ¡joder!
Plong
Cling, la tostadora.
Desayuné con la intriga del estuche, salí a la calle en pijama para ver si resolvía el misterio, infructuoso, me relajé un poco y bajé para trabajar en el ordenador. De pronto, observé como Naruto (el ídolo de Diego) me miraba desde un estuche escondido en la escalera. ¿Qué hace aquí el estuche?, pregunté al silencio. No obtuve respuesta.
Por la tarde, al recoger a los niños, les planteé mi duda.
-¿Quién ha escondido el estuche de Naruto en la escalera?
-Yo no, mamá, te lo juro -contestó Diego alucinado.
-Álvaro, ¿has sido tú?
Silencio
-Álvaro, contesta.
Silencio y sonrisa picarona.
Y en ese preciso momento me vino una imagen a la cabeza: Álvaro sentado en su sillita del coche observando como su padre y su hermano discutían por el estuche, bajaban del coche, entraban en casa, salían de nuevo con peor humor, volvían a buscarlo, Diego se desesperaba, Alonso se sulfuraba... Y él callado, sin decir dónde estaba el maldito estuche.
-Álvaro, olvídate de que esta noche te lea un cuento, estás castigado. Has sido muy malo. ¿Cómo no les has dicho que habías escondido el estuche?.. ¡Que sea la última vez que abres la mochila de tu hermano -grité encolerizada
Silencio
-Mamá -musito a los cinco minutos-, te quiero mucho.
-Sigues castigado.
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