domingo, abril 27, 2008

¡¡Gol!!

Nunca he sido una gran deportista, pero el sábado a las doce y veinte de la mañana mostré mis dotes gimnásticas: salté a una altura impresionante, boté por las gradas, corrí a abrazarme a Esther, la madre de Antonio, grité neuróticamente, salté de nuevo y, no sé cómo, contuve las lágrimas. Las lágrimas de emoción y de goce. Mientras, mi hijo corría por el campo con los brazos estirados y era abrazado por sus compañeros. ¡Diego había marcado un gol! No un gol cualquiera, un golazo. De pronto lo imaginé en el Bernabéu rodeado de hinchas y yo saltando al césped para darle un gran abrazo. Volví a la realidad. Recibí las felicitaciones del resto de los padres y lancé besos volátiles a Diego que me miraba emocionado. Vale, como siempre perdimos, pero por una vez marcamos dos goles en un partido. ¡Y uno de mi niño! Ay, que ilusión.
Al final del partido Esther les hizo el mejor regalo: una camiseta para cada uno con la inscripción "Somos los mejores. Santa María de la Hispanidad B". El remate de la emoción.

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