jueves, octubre 09, 2008

Un no parar

Vuelta a la rutina y de nuevo estrés. Las actividades extraescolares dominan mi vida: los lunes y miércoles Diego tiene inglés y Álvaro fútbol; los martes, piscina; el jueves, Diego catequesis, los viernes van a casa de los amigos o vienen ellos a la nuestra y, en breve, los sábados, competición futbolística. Un estrés.
Por suerte, y sin saber cómo, ha hecho aparición en mi vida la fuerza de voluntad. Estoy que no me lo creo. Así que he aprovechado y he retomado mi régimen. Además, a este suplicio hay que unirle mis paseos en bici, que son agotadores. El sábado me fui con Diego hasta el parque Juan Pablo II, de allí al Palacio de hielo (¡qué pesadilla de cuestas!) y de vuelta a casa. Diego iba de avanzadilla y yo suplicaba tras él que me esperara, que me estaba dando la pájara. Mi hijo miró al cielo y me dijo muy serio: "Mamá, pero si no hay ni un pájaro en el cielo". No tuve fuerzas para explicarle el concepto. Llegamos a casa, me senté y grité: "Alonso, ponme una coca-cola, que me desmayo". Intentar estar divina es agotador.
Por la tarde, vinieron Roberto, Virginia y las niñas a casa. Nuestro hijo adoptivo, Stéphan, se apuntó al plan y nos fuimos al Juan Carlos I: paseo en tren, juegos varios y a las ocho y media volvimos entre los lloros de Manuela porque quería cenar con sus primos.
Ring, ring, sonó el teléfono. Era Roberto.
-Emma, Manuela tiene una llantina impresionante, así que me voy a pasar por el McDonald's y llevo hamburguesas para los niños. ¿Vale?
-Perfecto. Os esperamos.
Rápidamente duché a los niños y al ratito aparecieron Roberto y Manuela.
-¿Dónde están Cayetana y Virginia? -pregunté intrigada y pensando que tal vez mi hermano se había olvidado de ellas en el McDonald's.
-Ahora vienen, Cayetana ha tenido una vomitona de aúpa.
Los niños devoraron las hamburguesas mientras yo buscaba ropa para mi pequeña ahijada.
Una vez cambiada y vestida de chico (¡que yo no tengo niñas!) se tomó un poquito de agua y, de nuevo, vomitona al canto. Más ropa, fregona para el suelo... Los avatares infantiles.
Esa noche caí en la cama agotada.
Y el domingo, de nuevo al parque con mis hijos naturales, el adoptivo, los patines, la bici de Álvaro... Pero no me uní a su plan, cogí un libro, me tumbé en el césped y les dejé jugar libremente. Mi Alonso, el pobre, se quedó durmiendo la siesta.

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