viernes, abril 03, 2009

Desesperados

Jueves 2 de marzo. Empieza la huelga. Me levanto sin dormir, con el estómago cerrado, con los nervios aprisionados en el corazón, con la certeza de que hay que luchar contra la injusticia, con el alma tranquila por defender la dignidad, la honradez, con un deseo incombustible de ser solidaria con mis compañeros, con sus familias...
Dejo a los niños en el cole sin que se percaten del dolor que me está invadiendo. Me reúno con Sandra. Las ojeras muestran nuestra tristeza. Un sonido estrepitoso de pitos nos indica el punto de reunión, la entrada exterior del periódico. Las pancartas invaden la acera y las personas con corazón se animan y solidarizan para intentar evitar nuestro negro futuro. Casi toda la redacción, los buenos, está allí. Sonrío al comprobar que hay gente con valores. Nunca jamás los redactores nos habíamos sumado a una huelga, jamás. Pero ahora todos nos arropamos. Redactores de renombre que valen su peso en oro y con una valía demostrada a lo largo de muchos lustros sujetan las parcartas. Mi alma se encoge al percibir sus lágrimas, su desazón. También veo desfilar a los cobardes, a los que entran refugiados en sus coches o parapetados en un taxi, a la minoría egoísta que respira tranquila porque cree que se va a salvar... Ay, qué ilusos, qué tontos... Vaya, veo entrar con cara avergonzada a una que consideraba amiga... Y a una loca, huy, pero si también se cuela la que lloró el otro día sobre mi hombro.... Pobriña, ella sí que está en la lista... Incluso observo gente que nunca pisa la redacción y hoy hace acto de presencia. Pero son una minoría, una ridícula minoría.
Fuera. Siete horas de pie junto a mis compañeros, siete horas minando mi corazón. Me arrastro rota hasta casa, rota en todos los aspectos, mis lágrimas se deslizan sin consuelo, mi ira enciende la rabia, la decepción me aniquila, la cobardía de algunos... Es el fin.

1 comentario:

  1. Que caigan las máscaras en el fin del mundo para que todos sepamos quién es quién al fundar un mundo nuevo.

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