El bosque frondoso de árboles era ruidoso y alegre. Poco a poco se empezó a talar: paulatinamente algunos troncos caían, desde los centenarios a los esquejes que aún no habían asentado sus raíces. Las pequeñas calvas del terreno eran casi imperceptibles. Hasta que un día los motores de una máquina repleta de sierras eléctricas empezaron a rugir. El bosque frondoso ahora es un desierto silencioso y la alegría se ha escondido entre los finos granos de arena. ¿Surgirá algún oasis entre tanta desertización?
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