Después de devorarme el segundo libro de Stieg Larsson noto como el sueño me ha dejado en el olvido. Son las dos de la mañana, giro por la cama y me desespero. Desciendo la escalera y voy a la cocina para salir al jardín a fumarme un cigarro. "Tengo que abandonar este vicio", pienso como todos los días. Lucas, el gato, maúlla en una pequeña ventana. Quiere entrar a casa. Me acerco, abro el cristal y veo como una bola gris cae sobre la encimera. Grito. Lucas salta a mis pies y se arremolina en mis piernas para que le ponga algo de comida. Sigo gritando. Cojo a Lucas y lo deposito sobre la encimera.
-¡¡Mátalo, mátalo!!
Lucas me mira perplejo.
-¡¡Venga, mátalo!!
Muevo la thermomix y la pequeña bola gris sale corriendo.
-¡¡Lucas, narices, coge al ratón!!
Desplazo la freidora y siento como el ataque de pánico e histeria me domina.
-¡¡Mátalo!! -vocifero desesperada- ¡¡Alonso, Alonso!!
Alonso, dormido, tampoco me hace caso.
-¡¡¡¡ALONSO!!!
-¿Qué ocurre? -pregunta somnoliento.
-Ha entrado por la ventana un ratón de campo. Ay, qué asco. Haz algo, por Dios -le explico mientras le empujo a la cocina y cierro la puerta con las tres fieras dentro.
Escucho como mueven todos los cacharros de la cocina, como se abre la puerta del jardín y vuelve Alonso con su cara somnolienta.
-Ya no hay ratón. Me voy a dormir. -suspira con voz onírica.
-¡Qué horror, con este susto seguro que ya no duermo! -exclamo en el silencio de la noche. Nadie me contesta.
Salgo al jardín deseosa de fumarme mi cigarro. Observó a Lucas devorar su manjar: el ratón.
-¡Ay, qué asco! -grito en la oscuridad. Me encierro rápidamente en la cocina y decido fumar en la tranquilidad del hogar.
¡¡Malditos roedores!!
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