jueves, septiembre 07, 2006

Orinales y avispas



Mi madre no para de darle vueltas. Anoche, me asaltó con sus dudas en mitad de la cena.
–Emma, creo que me voy a comprar un orinal.
–¿Quéee? –contesté con cara perpleja y a punto de atragantarme.
–No seas mala, no sabes lo mal que lo paso.
–Perdona, mamá, no me imaginaba que tuvieras problemas urinarios.
–Tú eres tonta, no tengo ningún problema urinario, sólo que no me atrevo a ir al baño en mitad de la noche. –Mi extrañeza se reflejaba en mi cara, así que mi madre continuó con su odisea nocturna –Los animales me acosan. Sé que parece una coña, pero es cierto. Según abro la puerta del cuarto me asalta Lucas maullando porque quiere beber agua del bidé y Kaos me ladra porque quiere colarse en mi habitación o porque tiene hambre. ¡Me tienen estresada!
Mi ataque de risa rompió los ronquidos de Alonso.
–¿Qué sucede? –preguntó con cara somnolienta.
–Nada especial, hay que regalarle a mi madre un orinal. –expliqué muy seriamente.
Alonso, muy educado él, nos miró sorprendido y sin saber qué decir.
-Yerno, no pongas esa cara, sólo era una broma –explicó mi madre.
Mi amado esposo entrecerró de nuevo los ojos, pero una duda lo despertó.
–Por cierto, ¿habéis visto Lucas? A ver si se va de parranda esta noche y lo perdemos otra vez.
Tanta fauna me estaba poniendo un poco histérica, así que salí al jardín al fumarme un cigarro. Mi madre se unió a la perversión de nicotina. Al cabo de un minuto mi abuela apareció y tuve que lanzar el cigarro como si fuera un meteorito. Cuando se fue, busqué la colilla entre los periquitos.
–Emma, lo tuyo es increíble, cada vez que te enciendes un cigarro aparece la abuela o quien sea. –dijo mi madre con media sonrisa.
–Sí, es desesperante –empecé a contestar, pero un grito me rompió la última calada.
Entré corriendo en casa, Álvaro se había caído de la cama. Le consolé y volvió a dormirse. Por fin, a las tres de la mañana, después de hacerme la cera, acondicionarme el pelo y demás materias femeninas me fui a dormir. Lucas abarcaba la mitad de mi espacio y le empujé suavemente. Un maullido fue su queja. Kaos aporreaba con sus uñas la puerta porque quería colarse en la habitación. En mitad del primer sueño escuché otro lloro. Se abrió la puerta (cuatro y media de la mañana), Diego entró a la pata coja. “¡Mamá, me pica el pie, no puedo dormir!”, dijo con voz llorosa. Encendí la luz y observé sus piececitos, en efecto, la avispa que le picó por la mañana en la piscina le había producido una reacción alérgica. “Cielo, verás como con esta crema notas un poco de alivio”, intenté consolarlo.
Gatos, perros, tortugas, avispas…. ¡Menudo veranito!

P. D: Las avispas de Guadarrama están orondas. ¡Y no extraña! En lo que va de vacaciones han picado a Juan Fran en un pie; a Álvaro en mitad de la nariz; a mi madre en una mano mientras conducía y por la inflamación que tuvo en el brazo hubo que inyectarle Urbason y a Diego, en los dedos del pie. Ahora sufro pensando que soy la única de la familia junto con mi abuela que se ha librado. ¡Malditas avispas!

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