– "Mamá, pis" –gritó Álvaro insistentemente a las cuatro de la mañana.
Salté como una zombi de la cama y ejercí de esclava: levanté al peque, lo llevé al baño y le acosté de nuevo.
A los cinco minutos, "mamá, agua". Es estado sonámbulo le acerqué su vasito de agua y le volví a arropar. Antes de tirarme a la cama gritó "¡¡¡la luz!!!". "Dios mío, tantas manías me van a volver loca", oí que decía mi mente agotada. Me arrastré hasta el baño y encendí la luz para que pudiera dormir tranquilo. "Bueno, me tumbo un poquito hasta que se duerma y apago la luz del baño", pensé. Me tumbé y me sumergí en un profundo sueño. Esta mañana me he percatado de que el baño (tres halógenos) aún seguía luciendo. "Mierda, esto hay que solucionarlo", razoné mientras me quitaba las legañas.
Después de hacer mis labores matutinas con mis hijos –preparar desayunos, vestirlos, peinarlos y acicalarlos con colonia, preparar las mochillas, subirlos al coche y llevarles al colegio –me he ido al Carrefour en busca de una luz nocturna para el cuarto de Álvaro. Misión conseguida, he encontrado uno monísimo de Mickey Mouse.
De nuevo iba en el coche de camino al trabajo cuando he recibido un mensaje desde Suiza de Alonso “El glaciar es impresionante, pero estoy cansado del viaje”. Indignada le he contestado “Pobre, amor. Yo en cambio estoy muy descansada. Al próximo viaje me voy yo, corazón”. Si yo le contara...
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