“Tengo que ir a recoger la tarjeta de crédito al banco”, pensé a primera hora de la mañana. Sí, la tarjeta que creí que me habían robado, di de baja y, por supuesto, apareció en la mochila de Álvaro que sigue los hábitos derrochones y consumistas de su madre. “No, será mejor que vaya otro día. Tengo que ir a encargar las bolsas de chuches para que Diego lleve al colegio y hacer la compra de víveres y alcohol para la fiesta de mañana”. A toda velocidad, seleccioné las distintas chucherías y me fui a Mercadona. Hice acopio de comida y bebidas y me lancé como una loca a pagar. “Como tarden mucho los de delante no llego a trabajar. Además tengo que llevar la compra a casa. Ay, se me ha olvidado la vela de los siete años. Bueno, la compraré esta tarde. No, esta tarde tengo la reunión del colegio. Uff, qué estrés” rumiaba mi mente. Por fin coloqué todo en la cinta y la cajera fue pasándolo por la lectura de códigos.
–83 euros, señora –dijo la cajera con una gran sonrisa.
Saqué mi monedero y le entregué mi tarjeta de crédito. Tras varios intentos, me miró sin la sonrisa.
–Lo siento, pero no lee la tarjeta.
–Por favor, inténtelo de nuevo –rogué mientras el resto de la gente me miraba como si fuera una delincuente.
–Señora, ya lo he intentado diez veces. Su tarjeta no funciona.
–Pues no tengo otra.
–Bueno, si quiere me quedo aquí con su carro y va a sacar dinero a un cajero.
–Vale, muchas gracias –contesté ruborizada.
Recorrí tres cajeros, pero en ninguno funcionó la tarjeta. Llamé a Alonso.
–¿Qué te ocurre? –preguntó según descolgó el teléfono.
–Cómo sabes que me ocurre algo.
–Emma, a ti siempre te pasan cosas raras. Además es extraño que me llames a estas horas...
Me había pillado. Le conté mis desventuras y hallamos la solución. Volví a Mercadona y le pedí a la amable cajera que me guardara el carro hasta la hora de la comida. Ella asintió.
Nos subimos al coche mi mala leche y yo y arranqué a toda velocidad maldiciendo las putas tarjetas de crédito (el año pasado se estropearon en plena campaña de Navidad). Miré a mi derecha, vi como el retrovisor seguía colgando de un cable, pensé que por la tarde tenía la reunión del colegio, que al volver debía pasarme a por las chuches de Diego, que por la noche tenía que preparar la cena del día siguiente; que el miércoles, reunión con la profe de Álvaro; que tenía que recoger una tarjeta de crédito y renovar la que se me acababa de romper; que Juan Fran se iba cinco días a Suiza; que debía trabajar el fin de semana, que no sabía que hacer el sábado con los niños, que además por la noche teníamos una fiesta a la que llegaríamos tarde porque Alonso volvía de Suiza a las ocho de la tarde, que... Paré el coche, me bajé, me fumé un cigarro y me pseudorelajé. Ay, por cierto, esta mañana no les he puesto el babi a los niños. ¡Maldita sea!
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