viernes, abril 27, 2007

Y no fueron dos, fueron tres

A primera hora de la mañana, y después de haber dejado a los niños en el colegio, llegó el amable conductor de la grúa y me miró sorprendido.
–¿Tiene algún vecino cabrón o alguien que le odie mucho? –me preguntó con su palillo deslizándose por su boca–. En el informe que me han dado los del seguro pone que tiene dos ruedas pinchadas, pero no son dos, son tres. Observe, esta rueda trasera también está rajada. ¡Menudo cabronazo el que le ha hecho esto, señora! –gritó mientras se le caía el palillo al suelo.
–Sí, tiene toda la razón –contesté con media sonrisa–, pero hoy ya he superado mi ataque de ira.
–¿Y su marido que opina?
–Pues que si pilla al hijo puta que nos pincha las ruedas, lo mata.
–Eso es lo que tiene que hacer.
Montó el coche a la grúa, subí al asiento del copiloto y nos fuimos hasta el taller de la estación de Chamartín. El conductor de la grúa no paró de gruñir y soltar improperios.
–Deberían organizar redadas entre todos los vecinos para pillar a ese hijo puta. Yo que usted dormiría los sábados por la noche en el coche y así, tal vez con suerte, podría coger al cabrón que le destroza el coche.
–Bueno, yo creo que será mejor poner una denuncia, porque si pillo a ese chaval no sé qué haría.
–Pues matarle, eso es lo que tiene que hacer...
Tras pagar 350 euros, aguantar las caras de compasión que me miraban en el taller y cambiar las cuatro ruedas y los limpiaparabrisas, volví a trabajar. Llamé a la policía, realicé la denuncia por teléfono y me comprometí en ir al día siguiente a la comisaría para firmar la denuncia.
Y así lo hice. Mientras esperaba mi turno comprobé con estupor como un grupo de diez personas se habían trasladado hasta la comisaría para poner una denuncia colectiva porque esa noche, en pleno Conde de Orgaz, se habían colado unos ladrones en el garaje comunitario y les habían destrozado veinte coches y robado numerosas pertenencias. Pues a mí me ha rajado tres ruedas, solté para unirme al grupo. Y todos despotricamos y nos consolamos de nuestra desgracia.

A media tarde el cabreo me abandono y disfruté de mis retoños. Diego, todo un tiarrón, hizo sus deberes rápidamente y sonrió al escuchar mis elogios, pero Álvaro estaba en plena fase maniática. Si antes dormía con cien coches en la cama, ahora le ha dado por la época pintor y sólo es capaz de dormir si está rodeado de dos brochas, tres rodillos y un pincel. Es decir, todos mis aparejos de pintar la casa. Mis intentos para lograr arrebatárselos han sido infructuosos. Tras colocar todos los rodillos, encontró en el baño mis gomas de pelo. Mamá, ponme coletas, pero sólo para dormir porque en el cole me llaman niña, pero yo soy un niño, por favor, por favor… suplicó con sus ojos entornados. Y pienso yo, si el niño es feliz con coletas. ¿Por qué no se las voy a poner? Emma, eres la leche, rugió mi Alonso al ver a su niño.

martes, abril 24, 2007

¡Hijo de...!

Emma, no olvides llamar al seguro para que te cambien la rueda pinchada (por un hijo puta, que quede claro), pero no muevas el coche porque parece que la delante está mal, dijo Alonso con las maletas preparadas para irse a los Alpes. Sí, no te preocupes, contesté medio dormida porque el reloj aún marcaba las cinco y media de la madrugada. Este mediodía, después de llevar a los niños al colegio, ir al Carrefour y demás actividades marujiles, he decidido que ya era hora de avisar al seguro. Bueno, mejor a la hora de la comida, que sino voy a llegar tarde a trabajar, he pensado en mitad del agobio porque esta noche tengo cena de mujeres y aún no he preparado el postre, que es lo que me he adjudicado. A las dos y cuarto he llegado a casa —cómo explicarlo, cómo transmitir mi ira incontenida, cómo decir la multitud de insultos que han bombardeado mi mente sin ofender a nadie, cómo sujetar mis deseos más animales.—, y he visto con estupor que la rueda que Alonso pensaba que estaba mal, no estaba mal sino que también estaba pinchada. He entrado en casa, he dado un portazo y he soltado una retahíla de palabras soeces y necesarias. Qué ha pasado, me ha preguntado Ana aterrada por mi malhumor. ¡Qué me han pinchado las dos ruedas!, ¡las dos!, ¡quién habrá sido el cobarde, canalla (dije más cosas, pero me las guardo) que se dedica a ir por la vida pinchando ruedas!, ¡me han pinchado cuatro ruedas en cuatro meses!, solté como la niña del exorcista dominada por el demonio. Cogí el teléfono y llamé la seguro. Buenos días, le atiende Manolo Barrio, ¿en qué puedo ayudarle?, soltó Manolo tras el auricular. Buenas, bueno, buenas para usted, yo estoy que trino, me han pinchado dos ruedas del coche. Vaya, lo siento, entonces necesitará una grúa, ahora mismo se la envío. No, no, ahora no me la mande porque me tengo que ir a trabajar. Pues esta tarde. No, tampoco porque ya habrán vuelto los niños del colegio y tengo una cena, vamos, que imposible. Bueno, pues se la solicito para mañana a primera hora. No, a primera hora no que tengo que llevar a mis niños al colegio y su padre está de viaje, así que por favor, que venga la grúa a las nueve y cuarenta y cinco, pero avise al conductor de que no llegue antes, porque no habrá nadie en casa. Sí, señora, no se preocupe, además normalmente llegan con retraso, dijo Manolo con tono de miedo por estar hablando con una loca desquiciada por teléfono.
Intenté comer, malamente porque tenía el estómago cerrado por el enfado, y en el postre recibí un mensaje de mi amado “He montado en avioneta sobre el Mont Blanc. Lo más alucinante que he hecho en mi vida”. Para emociones fuertes, las mías. Y aún no he preparado la tarta tatín, ni el guacamole... Ay, me quejo de vicio.

lunes, abril 23, 2007

Sólo mamá

Tres de la mañana. Abro un ojo y compruebo que Alonso no está en la cama. Su hueco lo ocupa, cómo no, Álvaro. Cinco de la mañana. La invasión continúa. Ahora Diego también duerme en mi colchón. Nueve de la mañana. Estoy sola en mi cama, no me lo creo, pero mi sueño no es profundo. A lo lejos escucho el alboroto familiar. Papá no me voy a tomar el biberón, sólo quiero que me lo dé mamá, vocifera Álvaro. Venga, Álvaro, tómate el biberón que mamá está dormida, suplica Alonso. Que no, que no, que no..., argumenta Álvaro sin argumento. Pues ven que te vista, se impone Alonso. No, me viste mamá.
Alguien entra en la habitación. Veo como Alonso abre su armario y empieza a sacar su ropa. Emma, me voy a por los periódicos, a por unos churros y a dar un paseo para relajarme. Tu hijo corre desnudo por casa y aún no ha desayunado. No le aguanto, dijo mientras se calzaba. Oí como cerraba la puerta de la calle y Álvaro empezaba a llorar porque quería ir con él en pelotas para que le comprara chucherías. Me arrastré hasta el salón. Álvaro, no puedes seguir así, por qué no te has tomado el biberón que te ha hecho papá, pregunté con las legañas en los ojos. Mamá, te quiero mucho, ¿me das el biberón?, dijo entornando los ojos y sentándose en mi regazo. Tras el biberón, le vestí, le lavé la cara, le peiné e intenté razonar con él. Oye, Álvaro, no puedes tratar tan mal a papá. Yo quiero a papá, pero a ti te quiero más, explicó sin lógica. Mamá, este niño está un poco loco, dijo Diego con cara de Naruto, ¡menuda mañanita nos ha dado! Álvaro le fulminó con la mirada. “Diego, te voy a matar”, le espetó con ira contenida. Ves, mamá, como está loco, suspiró Diego. Bueno, dejadlo ya, vístete Diego que nos vamos a dar un paseo.
Al salir de la ducha, oí el grito de Diego, ¡mamá, te han vuelto a pinchar la rueda del coche! Mierda, pensé malhumorada, ya es la tercera que nos pinchan. Mamá, comentó Diego, esto no es normal. He pensado que estos pinchazos los hace alguien que te odia mucho y yo sólo conozco una persona que te odie: tu profesor. Le miré y contuve la risa. Sí, Diego, mi profesor no me quiere mucho, pero no creo que se dedique a venir a casa a pincharme las ruedas. Bueno, pues habrá que pensar en algo para detectar al canalla que nos rompe los coches. Tal vez si pusiéramos los rayos infrarrojos que me trajeron los reyes... y Diego siguió planeando la estrategia adecuada para la captura del canalla.
El verano nos atacó en el parque y disfrutamos de sus rayos, de sus calores mezclados con los olores de la primavera, y olvidé que me habían pinchado una rueda y reí al ver como Diego y Álvaro saltaban sobre Juan Fran y jugaban al fútbol y correteaban por el césped y, por fin, Álvaro se comía a besos y abrazos a su padre.

jueves, abril 19, 2007

Diego, una estrella de las ondas



El martes Diego acudió a una de sus innumerables fiestas de cumpleaños. Al ir a recogerle le conté que al día siguiente iba a ir a la radio, al programa de Ramón García. Ramonchu, el de las vaquillas, preguntó Diego con ojos de emoción. Sí, exclamé para ponerle aún más nervioso, y además también vendrán Daniel, Alejandro y Rubén. Ay, mamá, qué ilusión. Oye, ¿y qué me van a preguntar?, interrogó con preocupación. Pues no sé, Diego, tal vez que qué te gusta de Madrid, que qué tal te lo pasas en el colegio, expliqué sin saber por dónde salir. A mí me gusta el colegio, musitó Álvaro desde su asiento, y esta noche quiero tomarme un potito. No, Álvaro hoy tienes de cena arroz con pescado, dije fijándome en el semáforo en rojo. Potito, potito, balbuceó con lágrimas en los ojos.

El miércoles las cuatro fierecillas entraron por la puerta externa del periódico como si fueran las vaquillas de Ramón García: trotando sobre el césped y excitados de la emoción. Subimos a la emisora y contemplaron absortos la mesa de controles, los micrófonos... Antes de entrar les regalaron una agenda, un bolígrafo y una piruleta de Punto Radio y las risas flojas delataron su nerviosismo. Por fin, a las seis, entraron en el estudio, saludaron a Ramonchu y se pusieron los auriculares. Muy buenas, chicos, saludó en antena Ramón García. Hola, gritaron los cuatro histéricos y con risa embaucadora. La hora se pasó volando y ellos disfrutaron de cada detalle, de cada gesto que hacía el presentador para indicar cuándo debía entrar la publicidad, del reloj luminoso que parpadeaba segundo a segundo. Bueno chicos, dijo Ramón, ahora otra pista para que descubráis el animal misterioso: es un primate. Diego levantó la mano rápidamente. A ver Diego, ¿qué animal crees que es? Un oso panda, exclamó con una sonrisa de oreja a oreja. Está bien, os daremos otra pista, sugirió Ramón... Tras el programa se hicieron fotos con Ramonchu y les entregó un autógrafo que guardaron los cuatro como si fuera el mayor tesoro del universo.
Después, un baño de multitudes en el periódico. Hola, Diego, ¿qué tal en la radio?, le preguntaron muchos compañeros al verle. Y Diego se sintió la estrella de Abc: fardó ante sus amigos, les indicó dónde estaban las rotativas, les explicó para qué servían las planchas, dónde cargaban los camiones los periódicos para llevarlos a los quioscos y, por último, me suplicó que les llevara a la cafetería para admirar la nueva máquina de coca-cola que tiene un ascensor para descender los botes y, de paso, les invitara a unos ganchitos. Y volvimos felices. Y entendí a la madre de la Pantoja porque mi hijo había estado en la radio, había sido la estrella de las ondas y a mí se me caía la baba...

lunes, abril 16, 2007

¿Pasión de tía?


Una luz en la oscuridad

El fin de semana se escapó entre comidas en el Chicago´s con el matrimonio Barroso y sus hijas, visitas a Escuer y Montse, parques, aperitivos en el jardín, otra visita a mis suegros y… Y llegó la noche. Tras la batalla diaria de baños y cenas, imploré a los niños que se fueran a dormir. Le conté a Álvaro una sucesión de cuentos, le arropé, le besé y antes de irme apareció Diego.
–Mamá, vengo a darte el beso para que así luego tú no tengas que ir a mi cuarto… –explicó con cara de niño responsable.
–Ah, muy bien, Diego. Hasta mañana. –le contesté con sonrisa burlona que él aún no identifica.
Esperé cinco minutos, me quité las zapatillas y entré sigilosamente en la habitación de Diego. La oscuridad dominaba la estancia. Diego estaba tapado íntegramente por el edredón, pero una luz resplandecía bajo las sábanas. Sin hacer ruido me acerqué y le arranqué el edredón.
–¡Ahhhhh! –gritó Diego sin saber qué había ocurrido y me miró con cara de susto. – Mamá, casi me matas.
–Diego, ¿qué haces jugando a la Nintendo DS en la cama?
–Mierda, me has pillado.
–Claro, a mí no me engañas.
–Pues va a ser verdad que eres bruja…
–Venga, dame la Nintendo y duérmete.
–Mamá, por favor, déjame que estoy a punto de ganar a Raicuaza.
–Ni Raicuaza, ni Groudon, ni narices, ¡a dormir!
Mientras le daba su beso cogí la Nintendo y me la llevé. Al bajar la escalera le oí sollozar.
–Mamá, ¿dónde está mi Nintendo?
–El próximo viernes lo sabrás.
–Jo, mamá…

PD. Raicuaza, Groudon… son pókemon legendarios que luchan contra Picachu en el juego “Mundo misterioso”. ¡Y tan misterioso!

jueves, abril 12, 2007

Y nos dieron las diez y las once, la una, las dos y las tres...

A la una de la mañana me vence el sueño y me ilusiono porque por fin voy a dormir más de seis horas. Me equivoco. A la una y cuarto me despierto alterada. Un pesadilla, la luz que se cuela por la ventana, el maullido de un gato... Mierda, pienso malhumorada, otra noche de insomnio. Y acierto. Doy vueltas por la cama, leo otro capítulo del último libro de Almudena Grandes, “El corazón helado”, apago la luz, mil vueltas más, me pongo las zapatillas, bajo al cuarto de estar, me engancho a Canal cocina, aprendo mil trucos culinarios y el sueño no aparece. El reloj de la tele me insulta que son la cuatro de la mañana. Mi ira me desvela todavía más. En breve me tendré que levantar para vestir a los niños y que vayan al colegio. Por Dios, quiero dormir, comento a Lucas que duerme a mis pies en una postura plácida y relajada. Alonso ronca, Diego y Álvaro sueñan con sus fantasías, les tapo a todos y bajo de nuevo. Cuatro y media. Mis párpados empiezan a desplegarse, me acurruco en el sofá, me abrigo con una suave manta, un cocinero escalfa unos tomates en agua hirviendo, los pájaros del barrio se van despertando. Las cinco. No tengo fuerzas para hacer nada, sólo quiero dormir. Me estreso al pensar todas las cosas que debo hacer al día siguiente. ¿Por qué no abrirán las tiendas, los bancos y los supermercados por la noche?, me preguntó insomne. Porque todos duermen, me contestan mis neuronas oníricas. Claro, pienso, eso es lo normal. Las cinco y cuarenta. Me vence el sueño. Emma, despierta que son las ocho y media. ¿Por qué has dormido esta noche en el cuarto de estar?, oigo que me dice Alonso con su buen humor matutino. No lo sé, Alonso, no me gusta hablar por la mañana, le contesto con mi malhumor de primera hora. Despego a los niños de sus sábanas, me los como a besos, desayunan, los visto. Sed buenos. Diego, concéntrate mucho para que te salgan bien los problemas. Sí, mamá, contestan los dos al unísono. Alonso les llama desde el coche. Venga, chicos, que llegamos tarde. Les abrazo y les beso. Cierro la puerta. Todos mis hombres se han ido. Las sábanas me llaman a gritos. No, pienso agotada, tengo que resistir...

miércoles, abril 11, 2007

¿Y tú de quién eres?



—Me voy a hacer la compra. —comenté mientras abrochaba los abrigos de los niños.
—Ay, Emma, espera que voy contigo.—vociferó mi madre desde la planta superior.
—Que no. Te veo allí. Los niños no aguantan ni cinco segundos más.
—Vale, pero si pasas por la carnicería no olvides presentarte a José, mi carnicero, que siempre me pregunta por ti y aún no te pone cara.
Según encargaba unos filetes de cinta de lomo y unos muslos de pollo decidí complacer a mi madre y asalté a los dos carniceros.
—Disculpad, ¿quién de vosotros en José?
—Huy, no está aquí en este momento, está en el almacén, pero si quieres le avisamos.
—No, no hace falta, es que mi madre había encargado a José un solomillo y quería que supiera que yo era su hija.
—Ah, entonces es por mí por quien preguntas. Me llamo Vidal.
Me quedé un poco parada y cortada, pero la vergüenza se esfumó cuando apareció mi madre corriendo por el pasillo del supermercado y gritando: “Hola, José, ya veo que estás hablando con mi hija. A que ahora que la ves ya sabes quién es”.
—Mamá, no se llama José se llama Vidal. —susurré a su oído.
—Ay, perdona Vidal, es que soy muy despistada. Y pensar que llevo cinco años llamándote José.
—No se preocupe, ya estoy acostumbrado.
Por suerte Vidal nos sirvió el solomillo más bueno que he comido en mi vida y al día siguiente, en la jornada gastronómica que organizamos todos los viernes santos en Guadarrama con Isabel, Pablo, sus hijos y Javier y Mary Luz relaté la hazaña de mi madre mientras jugábamos una magnífica partida de Rummy y nos resfrecábamos con un gin-tonic.
—A mí no me extraña nada —dijo Pablo con media sonrisa­—, tu madre estuvo durante tres años llamándome Álvaro y al final le cogí cariño al nombre.

sábado, abril 07, 2007

El plan ideal

El plan lo organizaron mi madre y Alonso y falló. Todo parecía perfecto. Mi madre iría con mi abuela y Pepe a la sesión de tarde del cine de Villalba. Y Alonso y yo acudiríamos a la de noche. Compraron las entradas por internet (el internet que le robamos a algún vecino desconocido) y se quedaron tan contentos.
A las nueve y cinco, veinte minutos antes de que proyectaran “El buen pastor”, de Robert de Niro, llamé a mi vecino Javier desesperada. Javier, te necesito, supliqué por el auricular. Qué te ocurre, preguntó sin comprender mis liosas explicaciones. Tenemos que irnos al cine, pero mi madre no ha llegado, y Alonso ya ha comprado las entradas por internet, y qué hacemos con los niños, he pensado que tal vez tú, si no te importa, te podrías pasar a casa y..., seguí relatando. Anda, Emma, calla que ahora mismo voy a tu casa, zanjó Javier la conversación. Pues ya ves, grité al llegar Javier, que mi madre y Juan Fran no se aclaran, y resulta que la película es muy larga, y que si esperamos a que lleguen los de la sesión de tarde no vamos a llegar a la de noche, y te dejo estas chuches por si Álvaro llora un poco, y mi madre me acaba de llamar y me ha dicho que llegará en diez minutos.... Anda, iros y no os preocupéis, dijo Javier estresado por mi verborrea de palabras. Al salir nos topamos con Clarita, la vecina que alimenta en invierno a la tortuga y que es experta en hacer rosquillas. Pero, ¿dónde vais?, preguntó con su alto timbre de voz, ¿y los niños?, ¿qué hace aquí Javier? Ahora te lo explica Javier, Clarita, que llegamos tarde, solté cerrando con fuerza la puerta del jardín.
Me senté en la butaca del cine y oí las estruendosas palpitaciones de mi corazón. Qué estrés, Alonso, la próxima vez organizo yo lo del cine que ya sabes que soy cuasi-perfecta, suspiré para controlar mi corazón desorbitado, déjame el teléfono para ver qué tal va todo por Guadarrama. Y me quedé traquila. El equipo de baby sitter estaba al completo: Javier, mi abuela, Clarita, mi madre y Pepe. Y mis niños recibían más mimos y cariños que la infanta Leonor. Se apagó la luz de la sala, respiré profundamente y disfruté de la fantástica película. Alonso, al salir, me propuso ir a cenar. Le miré con el rabillo del ojo retorcido y entendió que no era el día más apropiado para compartir conmigo una velada romántica. ¿Por qué será?

martes, abril 03, 2007

Que me sujeten, que me sujeten...

Mi abuela leía el Abc y de pronto gritó.
–¡Emma sale en el periódico!
Alonso observó la foto y comenzó a reírse.
–Emma, corre ven a ver esto –logró decir entre carcajada y carcajada.
Dejé la cocina y me acerqué con cara de perplejidad.
–Mira, sales en una foto –empezó a explicar mi abuela–. De verdad, me he dado un susto al ver la imagen…
Escruté la instantánea y miré perpleja a mi abuela.
–Pero abuela, si es una manifestación de batasuna.
–Ya lo sé, pero no me negarás que esa chica es igual que tú –comentó mi abuela emocionada por haber descubierto un parecido tan claro.
Salvo por el pelo rizado no encontré ninguna similitud con la sucia y hortera batasuna que cubría su cuello con un asqueroso pañuelo hipioso.
–Abuela, por Dios, no me parezco en nada. –dije algo molesta.
–Huy, que no. Diego, ven a ver esta foto. ¿A que es igual que tu madre?
–No, bisabuela, mi madre está más gorda –explicó Diego con un amplio ojo crítico.
Les miré con mala leche y pensé que era el momento de tirarles la bandeja de torrijas que había preparado primorosamente la noche anterior a la cabeza.
–Por cierto, os voy a enseñar la grabación que he hecho esta noche –dijo Alonso una vez superado su ataque de risa y sacando su móvil del bolsillo.
Todos nos acercamos y escuchamos un estruendoso ruido.
–¿Qué es eso? –preguntó Diego.
–Son los ronquidos de tu madre –explicó muerto de risa.
¡Que me sujeten!, ¡que me sujeten!... Hoy soy capaz de matar a toda mi familia.

lunes, abril 02, 2007

Operación Semana Santa I



El viernes desembarqué con mis niños en Guadarrama. Nos recibió un frío helador y la casa repleta de polvo. Chicos, hoy no hay ducha y os vais a dormir con calcetines y jersey, dije con tiritona por el cuerpo. Bien, gritaron emocionados. A las tres horas la caldera logró que la casa respirara un aire tibio. Alonso llegó más tarde y se subió rápidamente a dormir. Me hizo ilusión. Que me vaya calentando la cama, pensé mientras deshacía las maletas. Sin embargo mi dicha duró un instante, al entrar en nuestro amplio dormitorio comprobé como me había abandonado y se había ido a otra cama cuyo somier era más rígido y así sus cervicales sufrían menos –las dimensiones de la habitación permiten tener la cama de matrimonio, otra individual con uso de sofá y más espacio para colocar una mesita con dos butacas. ¡Un lujo!–. Visto el panorama, me metí en mi cama helada y le fulminé con la mirada. Él, entre ronquido y ronquido, no lo percibió, pero como castigo se levantó con un terrible trancazo. Ay, Emma, esta noche he debido coger frío, me explicó según se tomaba un sobre de Algidol. Vaya, Alonso, cuánto lo siento. Qué rabia estar de vacaciones y ponerse malo, amor, le dije con tono dulce, si hubieras dormido a mi vera...
Ana llegó a primera hora del sábado para batallar contra el polvo. Mi madre llamó compungida. Ay, hija, me parece que al final no iremos a Guadarrama hasta el domingo, qué pena pero es que tengo mil cosas que hacer en Madrid, me explicó con todo detalle. Bueno, no te preocupes, le mentí dando brincos de alegría. Alonso, la invasión de Normandía se atrasa hasta el domingo, comenté con una amplia sonrisa. Bien, dijo mi amado esposo constipado, así hoy descansamos y disfrutamos de unos instantes de tranquilidad. Esa era la intención, pero no la realidad.
A las cuatro y media se presentaron en casa Roberto, Virginia y las niñas. Y las risas invadieron la tranquilidad. Los estómagos lo agradecieron: nos zapamos unas dietéticas torrijas de Hernández, la mejor pastelería del pueblo. E intentamos sofocar los lloros de Cayetana moviéndola de brazo en brazo, pero ella, tan terca como su primo, sólo quería estar con su adorada madre. Me tiene agotada, dijo Virginia con músculos en los brazos.
Según se fueron y acostamos a los niños, vinieron a casa Javier y Mary Luz y aprovechamos para prepararnos unas copas y contar nuestras batallas hasta altas horas de la madrugada.
Chicos, no os quejaréis, ayer os dejamos disfrutar de un día de tranquilidad, dijo mi madre al desembarcar en casa a las dos y media de la tarde para llegar a mesa puesta. Lo de tu familia es increíble, suspiró Juan Fran mientras ponía la mesa y los imprescindibles platitos del pan. Al final ayer no descansamos mucho, pero nos divertimos…, empecé a contar a mi madre.

Por la tarde disfrutamos de nuestro paseo habitual. La novedad de este año es que ya no hay que llevar la sillita de Álvaro, pero a cambio me he tenido que agenciar una cuerda para atarla en su bicicleta con ruedines –método súper relajante: todo el día tirando de él o corriendo por las cuestas para que no se estampe contra un pino–. Mi nonagenaria abuela se apuntó a la caminata porque su espíritu es el de una mujer de cuarenta. Y, como siempre, montamos el espectáculo: mi madre era arrastrada por Kaos, el perro, mi abuela intentaba alcanzarnos, Diego se perdía con su bici, y a mí Álvaro me hizo correr la maratón detrás de su bici… Ah, y Alonso se quedó metido en la cama con su amado constipado.

El lunes por la mañana nos fuimos a Cercedilla a dar un paseo por la calzada romana, otro clásico de la Semana Santa. Álvaro, terco como su prima, lloriqueó hasta que logró que su padre le llevara a caballito. Diego saltaba entre los pinos y todos disfrutamos del agua cristalina de los riachuelos, del fresco aire serrano, de los líquenes que atrapaban a los pinos, de las suntuosas piedras que nos indicaban por donde ir… ¡Qué maravillosa es la sierra!