El martes Diego acudió a una de sus innumerables fiestas de cumpleaños. Al ir a recogerle le conté que al día siguiente iba a ir a la radio, al programa de Ramón García. Ramonchu, el de las vaquillas, preguntó Diego con ojos de emoción. Sí, exclamé para ponerle aún más nervioso, y además también vendrán Daniel, Alejandro y Rubén. Ay, mamá, qué ilusión. Oye, ¿y qué me van a preguntar?, interrogó con preocupación. Pues no sé, Diego, tal vez que qué te gusta de Madrid, que qué tal te lo pasas en el colegio, expliqué sin saber por dónde salir. A mí me gusta el colegio, musitó Álvaro desde su asiento, y esta noche quiero tomarme un potito. No, Álvaro hoy tienes de cena arroz con pescado, dije fijándome en el semáforo en rojo. Potito, potito, balbuceó con lágrimas en los ojos.
El miércoles las cuatro fierecillas entraron por la puerta externa del periódico como si fueran las vaquillas de Ramón García: trotando sobre el césped y excitados de la emoción. Subimos a la emisora y contemplaron absortos la mesa de controles, los micrófonos... Antes de entrar les regalaron una agenda, un bolígrafo y una piruleta de Punto Radio y las risas flojas delataron su nerviosismo. Por fin, a las seis, entraron en el estudio, saludaron a Ramonchu y se pusieron los auriculares. Muy buenas, chicos, saludó en antena Ramón García. Hola, gritaron los cuatro histéricos y con risa embaucadora. La hora se pasó volando y ellos disfrutaron de cada detalle, de cada gesto que hacía el presentador para indicar cuándo debía entrar la publicidad, del reloj luminoso que parpadeaba segundo a segundo. Bueno chicos, dijo Ramón, ahora otra pista para que descubráis el animal misterioso: es un primate. Diego levantó la mano rápidamente. A ver Diego, ¿qué animal crees que es? Un oso panda, exclamó con una sonrisa de oreja a oreja. Está bien, os daremos otra pista, sugirió Ramón... Tras el programa se hicieron fotos con Ramonchu y les entregó un autógrafo que guardaron los cuatro como si fuera el mayor tesoro del universo.
Después, un baño de multitudes en el periódico. Hola, Diego, ¿qué tal en la radio?, le preguntaron muchos compañeros al verle. Y Diego se sintió la estrella de Abc: fardó ante sus amigos, les indicó dónde estaban las rotativas, les explicó para qué servían las planchas, dónde cargaban los camiones los periódicos para llevarlos a los quioscos y, por último, me suplicó que les llevara a la cafetería para admirar la nueva máquina de coca-cola que tiene un ascensor para descender los botes y, de paso, les invitara a unos ganchitos. Y volvimos felices. Y entendí a la madre de la Pantoja porque mi hijo había estado en la radio, había sido la estrella de las ondas y a mí se me caía la baba...
El miércoles las cuatro fierecillas entraron por la puerta externa del periódico como si fueran las vaquillas de Ramón García: trotando sobre el césped y excitados de la emoción. Subimos a la emisora y contemplaron absortos la mesa de controles, los micrófonos... Antes de entrar les regalaron una agenda, un bolígrafo y una piruleta de Punto Radio y las risas flojas delataron su nerviosismo. Por fin, a las seis, entraron en el estudio, saludaron a Ramonchu y se pusieron los auriculares. Muy buenas, chicos, saludó en antena Ramón García. Hola, gritaron los cuatro histéricos y con risa embaucadora. La hora se pasó volando y ellos disfrutaron de cada detalle, de cada gesto que hacía el presentador para indicar cuándo debía entrar la publicidad, del reloj luminoso que parpadeaba segundo a segundo. Bueno chicos, dijo Ramón, ahora otra pista para que descubráis el animal misterioso: es un primate. Diego levantó la mano rápidamente. A ver Diego, ¿qué animal crees que es? Un oso panda, exclamó con una sonrisa de oreja a oreja. Está bien, os daremos otra pista, sugirió Ramón... Tras el programa se hicieron fotos con Ramonchu y les entregó un autógrafo que guardaron los cuatro como si fuera el mayor tesoro del universo.
Después, un baño de multitudes en el periódico. Hola, Diego, ¿qué tal en la radio?, le preguntaron muchos compañeros al verle. Y Diego se sintió la estrella de Abc: fardó ante sus amigos, les indicó dónde estaban las rotativas, les explicó para qué servían las planchas, dónde cargaban los camiones los periódicos para llevarlos a los quioscos y, por último, me suplicó que les llevara a la cafetería para admirar la nueva máquina de coca-cola que tiene un ascensor para descender los botes y, de paso, les invitara a unos ganchitos. Y volvimos felices. Y entendí a la madre de la Pantoja porque mi hijo había estado en la radio, había sido la estrella de las ondas y a mí se me caía la baba...
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