sábado, abril 07, 2007

El plan ideal

El plan lo organizaron mi madre y Alonso y falló. Todo parecía perfecto. Mi madre iría con mi abuela y Pepe a la sesión de tarde del cine de Villalba. Y Alonso y yo acudiríamos a la de noche. Compraron las entradas por internet (el internet que le robamos a algún vecino desconocido) y se quedaron tan contentos.
A las nueve y cinco, veinte minutos antes de que proyectaran “El buen pastor”, de Robert de Niro, llamé a mi vecino Javier desesperada. Javier, te necesito, supliqué por el auricular. Qué te ocurre, preguntó sin comprender mis liosas explicaciones. Tenemos que irnos al cine, pero mi madre no ha llegado, y Alonso ya ha comprado las entradas por internet, y qué hacemos con los niños, he pensado que tal vez tú, si no te importa, te podrías pasar a casa y..., seguí relatando. Anda, Emma, calla que ahora mismo voy a tu casa, zanjó Javier la conversación. Pues ya ves, grité al llegar Javier, que mi madre y Juan Fran no se aclaran, y resulta que la película es muy larga, y que si esperamos a que lleguen los de la sesión de tarde no vamos a llegar a la de noche, y te dejo estas chuches por si Álvaro llora un poco, y mi madre me acaba de llamar y me ha dicho que llegará en diez minutos.... Anda, iros y no os preocupéis, dijo Javier estresado por mi verborrea de palabras. Al salir nos topamos con Clarita, la vecina que alimenta en invierno a la tortuga y que es experta en hacer rosquillas. Pero, ¿dónde vais?, preguntó con su alto timbre de voz, ¿y los niños?, ¿qué hace aquí Javier? Ahora te lo explica Javier, Clarita, que llegamos tarde, solté cerrando con fuerza la puerta del jardín.
Me senté en la butaca del cine y oí las estruendosas palpitaciones de mi corazón. Qué estrés, Alonso, la próxima vez organizo yo lo del cine que ya sabes que soy cuasi-perfecta, suspiré para controlar mi corazón desorbitado, déjame el teléfono para ver qué tal va todo por Guadarrama. Y me quedé traquila. El equipo de baby sitter estaba al completo: Javier, mi abuela, Clarita, mi madre y Pepe. Y mis niños recibían más mimos y cariños que la infanta Leonor. Se apagó la luz de la sala, respiré profundamente y disfruté de la fantástica película. Alonso, al salir, me propuso ir a cenar. Le miré con el rabillo del ojo retorcido y entendió que no era el día más apropiado para compartir conmigo una velada romántica. ¿Por qué será?

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