Tres de la mañana. Abro un ojo y compruebo que Alonso no está en la cama. Su hueco lo ocupa, cómo no, Álvaro. Cinco de la mañana. La invasión continúa. Ahora Diego también duerme en mi colchón. Nueve de la mañana. Estoy sola en mi cama, no me lo creo, pero mi sueño no es profundo. A lo lejos escucho el alboroto familiar. Papá no me voy a tomar el biberón, sólo quiero que me lo dé mamá, vocifera Álvaro. Venga, Álvaro, tómate el biberón que mamá está dormida, suplica Alonso. Que no, que no, que no..., argumenta Álvaro sin argumento. Pues ven que te vista, se impone Alonso. No, me viste mamá.
Alguien entra en la habitación. Veo como Alonso abre su armario y empieza a sacar su ropa. Emma, me voy a por los periódicos, a por unos churros y a dar un paseo para relajarme. Tu hijo corre desnudo por casa y aún no ha desayunado. No le aguanto, dijo mientras se calzaba. Oí como cerraba la puerta de la calle y Álvaro empezaba a llorar porque quería ir con él en pelotas para que le comprara chucherías. Me arrastré hasta el salón. Álvaro, no puedes seguir así, por qué no te has tomado el biberón que te ha hecho papá, pregunté con las legañas en los ojos. Mamá, te quiero mucho, ¿me das el biberón?, dijo entornando los ojos y sentándose en mi regazo. Tras el biberón, le vestí, le lavé la cara, le peiné e intenté razonar con él. Oye, Álvaro, no puedes tratar tan mal a papá. Yo quiero a papá, pero a ti te quiero más, explicó sin lógica. Mamá, este niño está un poco loco, dijo Diego con cara de Naruto, ¡menuda mañanita nos ha dado! Álvaro le fulminó con la mirada. “Diego, te voy a matar”, le espetó con ira contenida. Ves, mamá, como está loco, suspiró Diego. Bueno, dejadlo ya, vístete Diego que nos vamos a dar un paseo.
Al salir de la ducha, oí el grito de Diego, ¡mamá, te han vuelto a pinchar la rueda del coche! Mierda, pensé malhumorada, ya es la tercera que nos pinchan. Mamá, comentó Diego, esto no es normal. He pensado que estos pinchazos los hace alguien que te odia mucho y yo sólo conozco una persona que te odie: tu profesor. Le miré y contuve la risa. Sí, Diego, mi profesor no me quiere mucho, pero no creo que se dedique a venir a casa a pincharme las ruedas. Bueno, pues habrá que pensar en algo para detectar al canalla que nos rompe los coches. Tal vez si pusiéramos los rayos infrarrojos que me trajeron los reyes... y Diego siguió planeando la estrategia adecuada para la captura del canalla.
El verano nos atacó en el parque y disfrutamos de sus rayos, de sus calores mezclados con los olores de la primavera, y olvidé que me habían pinchado una rueda y reí al ver como Diego y Álvaro saltaban sobre Juan Fran y jugaban al fútbol y correteaban por el césped y, por fin, Álvaro se comía a besos y abrazos a su padre.
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