Intento rozar la perfección pero mi cuerpo averiado me lo complica en exceso. Mi gran talón de Aquiles son los pies (suena a guasa pero es verdad). Tras cientos de dolores y dos operaciones (¡con clavo incluido!) sigo siendo esclava de ellos. Ayer, emocionada por los "súper divinos e ideales" zapatos -ay, qué recursi que soy- que me compré para el primer modelo de la comunión de Diego y que al final no estrené, decidí inaugurar la temporada de verano. Llegué a trabajar con una altura 11 centímetros mayor de lo habitual y luciendo palmito. Sí, muy mona, hasta que los pies empezaron a martirizarme. "¡Ay, que los zapatos "súper divinos e ideales" me han hecho una herida en mi minidedo anular!", lloré en mitad de la redacción. "Carmen, ¿tienes una tirita? -rogué dolorida- No lo soporto más". Y tuve suerte. Volví a la hora de comer a casa con mi tirita y mi andar zancudo. Desesperada, opté por cambiarme de modelo zapatil.
Esta mañana, entre gritos de "¡¡chicos, que no llegamos al cole!!" me he percatado de que mi pie herido no me permitía calzarme. Por fin he localizado unas sandalias de tira que dejaban mis horrorosos dedos al aire y entre las tostadas de Diego y las galletas de Álvaro me he pintado las uñas de los pies.
Todo iba perfecto hasta que me he detenido en la puerta del periódico.
-Emma, ¿qué te pasa? -me ha preguntado Alonso con cara perpleja.
-No te lo vas a creer.
-Emma, no empecemos. ¿Qué te ocurre?
-Que se me ha roto el zapato.
-¿Cómo que se te ha roto?
-Sí, se ha despegado la tira. Mira, mira, no puedo caminar con ellos.
-Anda, vete a casa y cámbiate.
-Sí hombre, con el atascazo que hay los viernes. Me niego. A grandes problemas, grandes soluciones -dictaminé y me retiré el zapato roto, lo metí en el bolso y muy digna entré descalza en el periódico.
-Tápame, Alonso, tápame.
-¿Pero cómo quieres que te tape los pies? -preguntaba atónito.
Descalza pasé por el torno de seguridad, subí las escaleras, recorrí el pasillo y anduve por toda la redacción.
-¿Qué te ocurre, Emma? -me preguntó Carmen al ver mis andares de coja.
-Se me ha roto una sandalia. ¿Me dejas tu grapadora? -supliqué con mi pie descalzo y mi zapato en la mano.
La operación grapa aguantó toda la tarde. Con mis andares amorfos recogí a Diego del colegio, seleccioné las fotos de la comunión y corrí a por Álvaro que estaba en una fiesta de cumpleaños.
Todo parecía tranquilo hasta que una madre entró en el recinto de bolas gritando.
-¿Alguien ha dejado un coche en doble fila? -preguntó sofocada.
-Sí, yo... -contesté con cara de culpable.
-Corre a moverlo. El autobús no puede girar y se ha montado un atasco enorme.
Y corrí lo que pude. Y las grapas de las sandalias saltaron. Y todos los coches pitaban. Y los conductores me miraban con ojos de insulto. Y no era capaz de introducir la llave en el contacto. Y los pitidos me estaban volviendo loca. Y pedía disculpas con una risa histérica... ¡Y me dolían los pies!
Ay, ¡qué he hecho yo para merecer esto!
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