La pregunta flotaba en el aire: ¿qué pasó con Alonso el día de la Comunión?
Los días anteriores al gran evento la tensión deambulaba por la casa. Mi mente solo pensaba en los aperitivos, los centros de flores, la decoración del jardín... y la de Alonso intentaba resolver el problemón con la enfermedad su padre. La distancia entre nuestros planetas era de años luz.
Sin embargo el gran día Alonso se transformó, disfrutó de la comunión de su hijo, estuvo pendiente de todos los invitados, ejerció de camarero e hizo que todo el mundo se lo pasara bien. Claro, mi suegra, pobriña mía, ayudó mucho (aguantó el tipo por su nieto y escondió durante unas horas su dolor).
-Emma, ha quedado todo perfecto, deberías montar una empresa de eventos y celebraciones - me elogió mi Alonso a las cinco de la mañana mientras recogíamos los restos de la fiesta- Así por lo menos le sacábamos beneficio.
-No es mala idea -contesté y mi mente empezó a mascar la posibilidad.
No sé cómo pero la conjunción de los astros logró que todo saliera de maravilla y, oh, milagro, evitó la disolución de nuestro matrimonio (uff, qué tranquilidad).
Ahora, tras la paliza de los últimos días, me siento un poco perdida, con demasiado tiempo y sin grandes cosas que hacer.
Y de pronto me acuerdo de los favores que me han pedido: el vecino que redacte una carta a la Junta Municipal para que reconviertan nuestra calle en doble sentido; el AMPA del colegio que diseñe unos carteles para las próximas conferencias; Pedro un texto de Malevos para una revista; Gonzalo, un díptico para la comunión de un amigo suyo; Gema, una pancarta de 3 metros... Vamos, que no me puedo quejar, pero ¿cómo le digo a Alonso que en breve voy a invitar un fin de semana a todos los primos de Diego y Álvaro a dormir en casa? Por ahora me callaré. ¿Podré?
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