Al principio soy dócil e intento cumplir los consejos médicos hasta que noto que no surten efecto. Entonces, me siento y analizo la situación. Sí, los especialistas y mi padre (mi experto quiromasajista) me recomendaron calma, que me relajara para que mis músculos se destensaran. Pero ellos no me conocen, ignoran que lo que más nerviosa me pone es no hacer nada, dejar que el tiempo se escurra sin aprovecharlo, sin que me dé un rendimiento. Decidido, voy a actuar conforme a mi manera de ser: «superwoman hiperactiva».
La noche del jueves, tras el masaje de la médico del periódico y un nolotil, recogí a mis hijos del cole, me traje los clásicos invitados, jugué con ellos... Luego, duchas, cenas... A las 21:45 me miré en el espejo. «Huy, qué mal estás, así no puedes ir a la cena», pensé al verme. En veinte minutos me duché, alisé el pelo, me pinté y a las 22:30 llegaba a Malevos para cenar con Nuria, Mayte y Blanca. Nuestra clásica cita de mujeres mensual. De pronto, los murciélagos dejaron de morder mis músculos y me concedieron el placer de reír entre cervezas, comer las delicias «malévicas» y rematar las risas de féminas con un refrescante gin-tonic que aniquiló las mermadas fuerzas de los animalitos vampíricos.
El viernes, día del trabajador, desperté asustada: las ratas voladoras seguían sin aprisionar mis hombros. Perpleja me fui a trabajar (¡qué pringadita!) y mis hijos se quedaron en casa de unos amigos. A las seis de la tarde corrí al circuito de karts de Los Santos de Humosa. Descubrí a Diego escondido bajo un súper casco, con sus manos al volante y las piernas temblando de nervios. Un pitido indicó la salida. Raudos, pisaron el acelerador y giraron felices por la nueva pista.
-Mamá, yo también quiero conducir -rogó Álvaro.
-Cielo, aún no eres pequeño y no te dejan.
-Pero si conduces tú sí que puedo.
-Pero mis músculos... ¡Que les den! Venga, vamos a sacar un ticket para un kart biplaza.
El volante estaba duro como el hormigón, el casco de Álvaro chocaba contra mis hombros perjudicados, mis intentos de girar en las curvas casi nos sacan del circuito, al acelerador le faltaba «3 en 1»... Pero mi ratón estaba feliz e incluso me dijo que conducía mejor que Fernando Alonso. Salí retorcida del biplaza, los murciélagos hicieron su aparición pero no les permití amargarme.
Parece que mi terapia está funcionando, aunque todavía no me voy a zambullir en el optimismo. Tiempo al tiempo.
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