Sin embargo como es habitual mis planes se desmoronaron. A las ocho de la mañana Álvaro saltó sobre mi espalda.
-Venga, mamá, despierta, que no vamos a llegar al partido.
-Ay, cielo, no vas a ir.
Observé desde el único ojo que había abierto como su cara se contraía y empezaba a sollozar.
-Mamá, yo quiero ir, es mi primer partido contra otro colegio...
-Ya lo sé, pero yo hoy trabajo y tu padre tiene que ir a Cercedilla a ver al abuelo... Lo siento, de verdad, pero todo se ha complicado.
-Mamá, no me hagas esto... Por favor, mamá...
Sus lágrimas rodaban sobre sus mejillas...
Clic, clic
Intenté aguantar.
Clic, clic. Conseguido. Mi fibra sensible se había activado y me dominaba.
-Vale, Álvaro, iremos al partido pero en cuanto termine nos vamos. No te puedes quedar jugando con tus amigos. ¿Trato hecho?
-Síiiiiii... Eres la mejor.
-¿Qué hace Álvaro vestido de fútbol? -preguntó Alonso antes de partir con su madre al hospital.
-Lo voy a llevar al fútbol, pobrecito... Me ha llorado y me ha activado la fibra sensible.
-Ay, qué débil eres.
-Lo sé.
Llegar hasta el colegio donde se iba a disputar el partido fue una odisea. El recinto estaba en un barrio periférico de Madrid (¡que yo no domino esas zonas!). Paré cuatro veces, pregunté a otras cuatro personas y por fin descubrí el campo.
Álvaro corrió con sus compañeros a calentar. Empezó el partido y las risas. Todos se arremolinaban alrededor de la pelota, intentaban hacer un pase y tropezaban, el balón huía de ellos, Diego vociferaba técnicas a su hermano...
De pronto, el equipo contrario marcó un gol. «Ya empezamos -pensé-, este equipo tampoco me va a dar alegrías». Pero sin saber cómo el partido dio un giro de 180 grados y comenzaron nuestros goles: uno, dos, tres, cuatro, cinco, ¡¡¡seis!!!
Píiiiiii, sonó el silbato del arbitro.
¡Habían ganado 6-1 y encima les entregaron una súper copa y una medalla a cada uno!
Después, a la velocidad de la luz, los dejé en la piscina de mi hermano, corrí a trabajar, observé que la luz de reserva del coche empezaba a parpadear (¡No, ahora no puedo parar!), constaté que la tarjeta de entrada al periódico se me había olvidado (¡No es momento para no fichar!)...
Por fin me senté en mi silla y relajé los ánimos. Tras comer una coca-lihgt (suculento manjar), eché gasolina y me planté en casa de mi hermano y mi cuñada. Los niños chapoteban en el agua, mis sobrinas disfrutaban del nuevo delfín hinchable, las conversaciones fluían plácidamente... De pronto empezó a llover, miré el reloj y grité "¡Las nueve y media de la noche!"
-¡Chicos, al coche, que es tardísimo! -ordené mientras me despedía.
Y yo que pensaba que hoy iba a ser un día tranquilo.
-Venga, mamá, despierta, que no vamos a llegar al partido.
-Ay, cielo, no vas a ir.
Observé desde el único ojo que había abierto como su cara se contraía y empezaba a sollozar.
-Mamá, yo quiero ir, es mi primer partido contra otro colegio...
-Ya lo sé, pero yo hoy trabajo y tu padre tiene que ir a Cercedilla a ver al abuelo... Lo siento, de verdad, pero todo se ha complicado.
-Mamá, no me hagas esto... Por favor, mamá...
Sus lágrimas rodaban sobre sus mejillas...
Clic, clic
Intenté aguantar.
Clic, clic. Conseguido. Mi fibra sensible se había activado y me dominaba.
-Vale, Álvaro, iremos al partido pero en cuanto termine nos vamos. No te puedes quedar jugando con tus amigos. ¿Trato hecho?
-Síiiiiii... Eres la mejor.
-¿Qué hace Álvaro vestido de fútbol? -preguntó Alonso antes de partir con su madre al hospital.
-Lo voy a llevar al fútbol, pobrecito... Me ha llorado y me ha activado la fibra sensible.
-Ay, qué débil eres.
-Lo sé.
Llegar hasta el colegio donde se iba a disputar el partido fue una odisea. El recinto estaba en un barrio periférico de Madrid (¡que yo no domino esas zonas!). Paré cuatro veces, pregunté a otras cuatro personas y por fin descubrí el campo.
Álvaro corrió con sus compañeros a calentar. Empezó el partido y las risas. Todos se arremolinaban alrededor de la pelota, intentaban hacer un pase y tropezaban, el balón huía de ellos, Diego vociferaba técnicas a su hermano...
De pronto, el equipo contrario marcó un gol. «Ya empezamos -pensé-, este equipo tampoco me va a dar alegrías». Pero sin saber cómo el partido dio un giro de 180 grados y comenzaron nuestros goles: uno, dos, tres, cuatro, cinco, ¡¡¡seis!!!
Píiiiiii, sonó el silbato del arbitro.
¡Habían ganado 6-1 y encima les entregaron una súper copa y una medalla a cada uno!
Después, a la velocidad de la luz, los dejé en la piscina de mi hermano, corrí a trabajar, observé que la luz de reserva del coche empezaba a parpadear (¡No, ahora no puedo parar!), constaté que la tarjeta de entrada al periódico se me había olvidado (¡No es momento para no fichar!)...
Por fin me senté en mi silla y relajé los ánimos. Tras comer una coca-lihgt (suculento manjar), eché gasolina y me planté en casa de mi hermano y mi cuñada. Los niños chapoteban en el agua, mis sobrinas disfrutaban del nuevo delfín hinchable, las conversaciones fluían plácidamente... De pronto empezó a llover, miré el reloj y grité "¡Las nueve y media de la noche!"
-¡Chicos, al coche, que es tardísimo! -ordené mientras me despedía.
Y yo que pensaba que hoy iba a ser un día tranquilo.
pero si están mis 2 Robertos, el de azul de la cámara es el padre de las criaturas
ResponderEliminar(Carmen, mama de Roberto Alonso)
perdona el cotilleo