Falta una semana para el gran evento, la comunión de Diego, y no paro de hacer cosas. Puedo desvelar algunos detalles, aunque las imágenes de todo lo que he elaborado no saldrán a la luz hasta el 17 de mayo para no desvelar los secretos a los lectores del blog que acudan a la fiesta.
Intentar ser perfecta es agotador. Tras diseñar los recordatorios y cortarlos en la guillotina, imprimí las tarjetas. "Ay, les falta un toque de distinción", gruñí al verlas. Rápidamente, Icíar me obsequió con un maletín repleto de tijeras con cientos de cortes distintos. Después de varios tijeretazos envolví los detallitos de las mujeres (¡ay, qué monos me han quedado!) y reservé unas cuantas etiquetas para... (top secret, secreto sumarial).
Al día siguiente me lancé como una compradora compulsiva a la busca y captura de mi vestido. No tardé en encontrarlo, pero localizar el conjunto de complementos y zapatos me estaba histerizando. "Venga, Emma, tranquila, nos vamos luego a la hora de la comida. Seguro que lo solucionamos", me dijo Cristina. Y acertó. A las cinco de la tarde mi coche estaba repleto de zapatos, pendientes, collares, chales...
El menú ha sido otro quebradero de cabeza. Cada día ponía un plato y quitaba otro, o ponía dos más y no retiraba ninguno.
-Alonso -le informé a las once de la noche cuando los niños estaban dormidos- me voy.
-¿Dónde vas a estas horas? -preguntó intrigado.
-He quedado con Pedro para definir el menú y que me dé consejos. No tardo nada.
Pedro me guió por el buen camino y a la una y media de la mañana perfilamos todo el catering.
A la mañana siguiente compré la camisa de Álvaro y los cacharritos para los centros florales de las mesas que tengo que diseñar. A las once y media de la noche repetí las frases del día anterior.
-Alonso, me voy, enseguida vuelvo.
-¿Y ahora dónde vas?
-He quedado con Coque para solucionar lo del postre.
-¿Seguro que no tienes un amante?
-Huy, no... aunque fijo que sería menos agotador que organizar la comunión.
Tras los consejos culinarios de Pedro y Coque, me fui a Makro para comprar los ingredientes, vajillas y bebidas.
Alonso me miró perplejo al ver mi entrada en casa: mil bolsas colgaban de mis brazos, del bolso salían cientos de papeles repletos de menús y mi estado nervioso se palpaba en mis pelos alocados.
-Emma, ¿te has dado cuenta de que tu bolso echa humo? -me preguntó con intriga.
Miré dentro del bolso y omití contestar.
-Venga ayúdame a colocar todo esto -le dije para que olvidara el incidente y no se percatara de que el humo que volaba era de mi tarjeta Visa que está a punto de explotar.
PD. No sé qué tal quedará todo (¡por Dios que no llueva!), pero pase lo que pase mil gracias a Icíar, Cristina, Pedro, Coque y Blanca (su ayuda es top secret). ¡Cuánto valen los amigos!
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